La Europa occidental siempre ha amado la libertad, considerándola como parte de su espíritu y más de una vez se ha dicho que la libertad es “el aire del alma”. Sin embargo, no siempre se entiende del mismo modo lo que es una verdadera libertad: unos estiman que no debe tener límites, tomando como modelo la Abadía de Thélème, ideada por el viejo Rabelais, en que sus habitantes tenían por lema: “Haz lo que quieras”, y en consecuencia hicieron desaparecer las campanas, prescindieron de los relojes, para no preocuparse por lo que tenían que hacer cada día y, por supuesto, comían y se levantaban cuando les parecía. Otros por el contrario, no concibieron una libertad sin límites, que a su juicio llevaría a la licencia y al libertinaje y erigieron como su principio que “la libertad de cada uno deberá tener sus fronteras en la libertad de los demás”.
Karl Jaspers, psicólogo y filósofo con tendencia existencialista, escribió entre 1945 y 1962 numerosos ensayos, llevando uno de ellos el título siguiente: “Las vías de la libertad: autoridad y libertad”.
Se recordará, que el gran intelectual germano, experimentó en su propia persona la falta de libertad cuando se le prohibió ejercer la docencia en la Universidad de Heidelberg, lo que le hizo decir con tristeza, que tenía que limitarse a pasear todos los días por delante de aquella, que consideraba era para él una fuente de energía, algo, que manifestó de manera especial: “Esta es mi Universidad. Yo soy alemán, y bárbaros extranjeros se han hecho con el poder”. Afortunadamente, tuvo ocasión de disfrutar de la libertad en Suiza, país al que calificó como “un islote que subsiste todavía en medio del oleaje desencadenado en la historia universal, por haber conseguido un equilibrio vivo y permanente entre la libertad y la autoridad…” y cuando se le preguntaba cómo podrían haber logrado aquella combinación los suizos, respondía de manera contundente: “por autoeducación”.
Ello le hizo describir la evolución seguida por este tema diciendo: “Contrariamente a las épocas, que no sin razón, se reclamó la libertad, protestando contra los abusos de la autoridad, los hombres responsables, proclaman hoy una autoridad, protestando contra los abusos de la libertad… No se pide ya como se hizo con confianza, en otro tiempo “autoridad, pero también libertad”, sino al contrario se reclama con inquietud, “libertad, pero también autoridad”.
Jaspers al hablar de la autoridad manifestó que no se podía dar de aquella un “diagnóstico monolítico” y que más bien era necesario profundizar en sus componentes. Recuerda, a este propósito, a Max Weber cuando al tratar de exponer el concepto de soberanía, dijo “que no bastaba con que aquella tuviese su origen en unas instituciones legales, ni en la tradición, que a veces se consideraba sagrada, ni en el carisma de un hombre que se salga de lo ordinario por sus cualidades”. Paralelamente a aquel, el profesor alemán mantuvo que “la autoridad no se puede basar exclusivamente, ni en tener un saber especializado, ni en un determinado valor personal, ni en el hecho de haber sido elegido por un número determinado de electores, pero sin tener en cuenta a Dios”.
Tenía la convicción de que “toda autoridad profana es incapaz de imponerse y en el mejor de los casos lo único que consigue es hacer del hombre una especie de Dios de rebaja y de segunda mano”. Cita repetidamente la necesidad de que “la autoridad cuente con la Transcendencia”.
A la vez, al considerar la libertad, la verdadera libertad, pensaba que en ella debía jugar un papel especial la “autoeducación”, que permitiría al hombre transformarse no solo por instituciones sociales, sino también “por la transformación de sí mismo” lo que expresó de forma bien clarividente: “el hombre tiene que lograr llevarse a sí mismo de la mano”, de tal manera que la libertad perderá su contenido, cuando se crea en él “una necesidad de dependencia, de sumisión a un “guía”, haciéndole preferir ser cogido por la mano y conducido como un niño pequeño”.
También de manera constante advirtió que la libertad debía tener unos límites: “Si la libertad no se pone límites a sí misma, desaparecerá por las presiones exteriores”.
La libertad ha de disponer de una especie de freno, que actúe cuando vea que se propia libertad pueda invadir la libertad de los otros, algo que ya en el siglo XVII manifestó Cowley, anticipándose a Jaspers: “Debemos conseguir tanta libertad como podamos, hacer uso de ella lo más que sea posible y conformarnos, cuando se llegue a unos límites que nos hayan sido impuestos”.
Si se quisiera expresar la idea siempre fija de Jaspers, en este aspecto, será necesario recordar unas de sus afirmaciones: “La libertad y la autoridad son indisociables. En la medida en que ellas se oponen, pierden ambas su propia naturaleza… y así, el que verdaderamente se libera vive en la autoridad; el que obedece a la verdadera autoridad, se libera. Es a través de la autoridad por lo que la libertad adquiere todo su sentido”.