Durante muchos años la palabra “burgués” tuvo unas connotaciones más negativas que positivas. Se consideraba como tal al que vivía magníficamente, sin trabajar, pudiendo hacerlo, en unos casos, por disponer de una situación económica desahogada y en otros, por disfrutar de la vida a costa de algunos familiares, que se sentían orgullosos de tener un “burgués” en la familia y le exhibían como banderín de combate social. Y, por supuesto, se trataba de un hombre nunca comprometido y ultraconservador.
A mediados del año 1970, en varios países de la Europa Central, sociólogos como John Goldthorpe, Alain Tourain, Michael Schumann, Jorge Mallet, entre otros, anunciaron la aparición del que llamaron “nuevo trabajador”, que inmerso en los avances de las nuevas tecnologías, disfrutando de diseños ergonómicos de sus instrumentos de trabajo y con un aumento sensible de sus salarios, dio lugar a que por su alta cualificación profesional cambiase su situación, menos en lo que afecta al confort material, haciendo nacer en ellos conductas nuevas que fueron perfilando su “aburguesamiento”, que se manifestó por:
- Una “adaptación” a los niveles de vida y seguridad de las clases medias.
- Una “apropiación” del nivel de vida, normas culturales y expectativas, también de la clase media.
- Y en fin, una fuerte aspiración al “reconocimiento” de la necesidad de que se les facilitase entablar relaciones sociales con aquella clase, pero siempre sobre la base de igualdad.
Tal nuevo “trabajador”, hizo plantearse a los sociólogos en estudios numerosos, las consecuencias y efectos que tal cambio de clase social podía tener en su manera de valorar los sindicatos.
La conclusiones más frecuentes coinciden en mantener que el “nuevo trabajador” seguirá viendo al sindicato, no sólo como algo necesario, sino al mismo tiempo, como la más importante representación de sus intereses, lo que es tanto como decir, que el espíritu reivindicativo no desaparecerá y seguirá aceptándose el lema del famoso sindicalista americano Samuel Gompers: “conseguir más y más y siempre más”. Pero sí se produjeron cambios en la manera de actuar, como el abandono del “entusiasmo de los números”, algo que sucedió en los comienzos de la revolución industrial, en que la concentración de trabajadores en las fábricas les permitía apoyarse en la “multitud” para conseguir las primeras mejoras en materia de jornada y salarios.
El “nuevo trabajador” con una formación profesional muy elevada y renovada continuamente, se inclinará a dialogar con su empresario, basándose en datos reales de la situación social, económica y competitiva – que su preparación le permitirán conocer – partiendo de que ambas partes del contrato de trabajo, desarrollan y participan en un proyecto común (knowledge share), basándose las negociaciones en un juicio fuertemente fundamentado y motivado, que le permitirían mejorar a la vez que la organización en la que prestan servicios, su propio estado, si bien convencidos siempre de que sin unos salarios, que bien administrados, pudieran acercarle a la clase media, jamás se podrá considerar como “nuevo trabajador” y el “aburguesamiento” no podría llevarse a cuenta.
Naturalmente, sólo una “sociedad afluente” – con posibilidad de pagar salarios elevados – podrá proporcionar al trabajador cubrir las nuevas necesidades materiales que se irán creando: casa propia, coche, consumo de mejores alimentos, etc.
Ahora bien, junto a aquel confort material, se necesitará también lograr un confort intelectual que le permita mediante una previa educación, crear “deseos esotéricos” (Galbraith) que le inciten a amar la música, las artes, la literatura, algo que Karl Jaspers expresó de manera breve: “el mejor vivir” prima el “bien vivir” material, como el “ser” prima el “tener”.
Quizá quien identificó con exactitud lo que en la actualidad es un burgués, sea recordar la poesía que Philippe Godet dedicó “A alguno que le trató de burgués”, sin duda, despectivamente:
¿Qué si soy burgués? A fe mía que es posible.
Debo confesar que tengo principios,
alma sensible.
Me gusta estar cercar de la estufa en invierno.
No duermo en un pajar.
Visto, como y bebo,
duermo, fumo y TRABAJO…
¡Decididamente yo soy un burgués!
¿Quién no aceptará ser burgués en la forma que le describe el poeta helvético? No aceptarlo sería negarse tozudamente a mejorar material e intelectualmente, que forzosamente tendrá positiva influencia en la vida familiar.
El burgués de hoy vive así porque trabaja y, precisamente, porque trabaja, se le respeta.