Jacques Delors, profesor de la Universidad Paris – Dauphine, mucho antes de ser Presidente de la Comisión de Bruselas desde 1985 a 1995, anunció los que iban a ser, y en parte siguen siendo, problemas socioeconómicos de las relaciones industriales en Europa. Su capacidad para prever lo que más tarde sucedió, exigió sosegados estudios para impedir que las leyes sociales se discutan o promulguen con una precipitación, que suele conducir a resultados no siempre deseados.
El que fue “el más europeo de los franceses”, nos lo describe con especial objetividad Alain Duhamel en su libro “Portraits Souvenirs (2012) en que examinó la vida política durante los últimos cincuenta años en el país galo, presentándole como un hombre de “inalterable seriedad, humanidad y sencillez… social demócrata en espíritu y católico en su alma… aunque católico de humor independiente…” y del que cabe decir, que bajos su autoridad, Europa experimentó una fuerte aceleración: Acta única, Mercado único, Referéndum de Maastricht, adopción del euro, Acuerdo de Schengen y adhesión de España, Portugal, seguido de Austria, Suecia y Finlandia…
Pues bien. este Delors, ni más ni menos que en 1979, publicó un artículo en la Revue d´Economie Industrielle, enumerando con clarividencia los cuatro retos a que debían enfrentarse gran parte de los países de Europa y cuyo texto nos limitamos a presentar al lector, si bien esquemáticamente:
El primero de tales retos, iba a ser el choque provocado por la mundialización de la economía y las innovaciones tecnológicas, que obligarían a los empleadores a adoptar una especial actitud en relación con el mercado de bienes y servicios, en función de la naturaleza de sus productos, tamaño de sus empresas, calificaciones profesionales necesarias, estructuras del mercado interior, ya que de todo esto dependería la calidad de los empleos ofrecidos, su duración, el contenido formativo que debía poseer el personal, no olvidando tampoco a los sindicatos, a quienes aconsejó reflexionar sobre su capacidad de negociación, no solamente sobre las políticas internas de las empresas en materia de empleo, sino también en lo referente a la organización del trabajo y su control tecnológico, haciéndose dos preguntas: ¿Lo querrán hacer? ¿Lo podrán hacer?
En segundo lugar, se refirió a la relación de trabajo en concreto, es decir, a las actitudes y comportamientos de los trabajadores frente a sus tareas profesionales, recordando que las investigaciones sociológicas ponían de manifiesto que los empresarios no deban centrarse exclusivamente en la crisis, como medio de obtener la adopción de una serie de medidas sociales para ellos absolutamente necesarias, y recomendado también a los trabajadores y a sus estructuras, no aferrarse en echar todas las culpas a la organización capitalista del trabajo.
En tercer lugar, Delors destacó y previó la importancia que en este orden de cosas, tenía el atender a los recursos humanos, sin duda necesarios, en un universo descentralizado, con equipos de tamaño reducido y apoyándose en tecnologías dulces, sin olvidar que a partir de los años 60 se inició el movimiento de “democracia industrial de base” “Shop floor democracy”, (cogestión alemana, ampliación del ámbito de la negociación en Suecia, control obrero a la italiana…) en que iba a entrar en juego la lucha de clases y los conflictos de poder en los diversos escalones de la jerarquía de las empresas, así como los grupos espontáneos de trabajadores ante los delegados sindicales.
Y en cuarto y último lugar, los retos harán referencia a la flexibilidad, palabra mágica para unos y denostada por otros, aunque no por ello menos necesaria al haber entrado la economía, en una fase de incertidumbre y de cambio constante, que obligaría a las empresas, salvo riesgo de dejar de ser rentables, a ajustar de forma permanente los porcentajes de utilización de la mano de obra y del capital, por medio de un uso constructivo de la flexibilidad que “permitiese concertar las exigencias de la actividad industrial y los imperativos de la protección social”.
Ciertamente, que no se podría negar que las concepciones sociales de Delors sobre las relaciones industriales dieron lugar a desencuentros, a veces demasiado incisivos, con Mitterrand entorno a “la nacionalización al cien por cien, al aumento de las medidas sociales adoptadas, cuyo objeto sin duda aprobaba el economista francés, pero cuyos efectos temía mucho, por querer hacer tantas cosas tan de repente y de una vez”… Fácil es comprender aquellos desencuentros, si se tiene en cuenta que el Presidente de la República actuaba en clave política y Delors en clave socio económica.
El tiempo fue pasando y tras los esfuerzos que hizo el Presiendente de la Comisión para lograr un equilibrio entre lo económico y lo social, al observar que adquiría cierta prevalencia la economía, le hizo hacerse una pregunta en un estudio de 1994, un año antes de dejar la comisión sobre si el tan traído y llevado “Marco Social Europeo” era “un canon, un paradigma, una fórmula, un tipo, un espécimen, un esquema, una muestra, una regla, un estandars, una plantilla o una maqueta”.
Hay razones para pensar, que lo que realmente Delors echó en falta, fue lo que en Francia Bergson llamó “suplemento del alma” y en Estados Unidos de América, Emerson calificó como “superalma” (oversoul), algo que si bien para algunos rozaba en la utopía, los hecho han puesto de manifiesto, que sin ello las relaciones industriales serán siempre deficientes.
(Artículo publicado en La Nueva España– 12 de abril de 2017)
Viliulfo A. Díaz Pérez
Socio fundador. Abogado. Auditor de Cuentas. Administrador concursal