El admirable hispanista alemán Karl Vossler (1872-1941) hizo referencia en su libro “Algunos caracteres de la cultura española”, a una pregunta “interesante y capciosa” que se le hizo en cierta ocasión en Barcelona, ciudad que siempre le entusiasmó.
Lo que se pretendía saber fue “si los hombres del Norte como él, tenían una idea determinada del tipo español y un concepto más o menos definido también de lo que era lo español”.
La contestación del que fue Rector de la Universidad de Munich, no pudo ser más clarificadora y exacta: “España tiene la fortuna de no presentar un tipo cultural ni racial, ni cerrado y único, sino que, antes más bien, aparecen en él unidades distintas como ocurre en todas las unidades vivas y capaces de ulterior desarrollo, entre las que destacan, para nombrar sólo las más importantes, el espíritu de señorío de Castilla y el sentimiento burgués catalán”. Muchísimos años antes, Francisco Gregorio de Salas, en su “Juicio imparcial o definición crítica del carácter de los naturales de los reinos y provincias de España”, reflejó con gran expresividad las características de algunas regiones españolas, y entre ellas las de Castilla la Vieja y de Cataluña:
Castilla la Vieja
Es el castellano viejo hombre de gran corazón
y de muy sana intención para dar un buen consejo
y el fruto más peregrino
que su sencillez encierra
es solo el que da de su tierra el pan pan y el vino vino.
Cataluña
El catalán oficioso carruajero y navegante mercader y fabricante
jamás vive en el reposo
a costa de mil afanes
marca tierras, hace planes,
y aunque sea en un establo al fin por arte del diablo hace de las piedras panes.
Vossler nunca consideró que las diferencias existentes pudieran dar lugar necesariamente a un resquebrajamiento de España: “no se debe pensar – dijo – en esas dos modalidades distintas, fijándolas de manera definitiva en regiones determinadas. En el territorio catalán pudo encontrarse en otros tiempos temperamentos señoriales de conquista y aventureros… así como hubo también desde antiguo en Castilla, industria y comercio, notarios y escribanos, médicos y boticarios y un cierto tipo de vida burguesa”.
Lo único que advirtió, en su tiempo, el profesor alemán, es que constituye “algo natural que se sienta uno en las alturas de Burgos y Avila, en Toledo y en Madrid, mucho más cerca del cielo y más lejos de la tierra que las ciudades y costas de Barcelona, donde se goza de los regalos de la naturaleza de fácil aprovechamiento y explotación en esas regiones”.
De aquí, llega Vossler a la conclusión de que el desarrollo políticosocial y económico debe permitir lograr que se produzca de forma paralela, un esfuerzo por “aumentar la contribución catalana a la vida española y elevar el nivel interior cultural y hasta lingüístico… poniéndole en consonancia con el progreso económico de esta rica y laboriosa nación”.
Al leer las anteriores líneas, diríase que Vossler tuvo presentes las reflexiones de Juan Maragall, ese “gran catalán de España”, como gustaba llamarse de vez en cuando, al escribir un artículo publicado en 1902, titulado “La patria nueva”, en que decía: “Para que el catalanismo se convierta en franco y redentor españolismo, sería menester que la política general española se orientara en el espíritu del espíritu moderno que ha informado la vida actual, no solo en Cataluña, sino también de algunas otras regiones españolas progresivas…”.
Y, a su vez, completaba su idea considerando necesario que “se hagan pasar a segundo término viejos hechos, si se crean otros nuevo en oposición a aquellos…”. Sin duda que la reducción, al menos, del espíritu independentista, no nuevo desde luego, deberá olvidar muchas cosas, pues afortunadamente ya no va a volver el Conde Duque de Olivares, proponiendo, como lo hizo, a Felipe IV, “reducir los varios reinos al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia”.
Una vez más, Vossler va a volver a recordar a Maragall, cuando en otro artículo, “Esta es mi fé”, exigía que se olvidasen muchas cosas: “La hermosa facultad de olvidar… tiene una fuerza portentosa y de ahí su perpetua juventud. Porque la juventud consiste, no sólo en mirar el porvenir, sino también, y tal vez principalmente, en no tener pasado”.
Quizá esta falta de olvido ha contribuido, según palabras de Menéndez Pidal, a crear esa “voluptuosidad desintegradora que quería estructurar de nuevo a España como el que estructura el cántaro, quebrándolo contra una esquina, para hacer otros tantos recipientes con los cascos”.
Partiendo de este olvido, pudo decir Maragall en 1907 enumerando las condiciones fundamentales para mejorar la situación, nada fácil, de aquel momento, que lo necesario era “rehacer todos juntos una España viva, que se gobierne libremente por sí misma. Así ha de vivir España. ¡Visca España!”.
El cauto La Bruyère dijo: “Olvidar algo, es pensar”.
(Artículo publicado en El Comercio de 23 de octubre de 2017)
Viliulfo A. Díaz Pérez
Socio fundador. Abogado. Auditor de Cuentas. Administrador concursal