La juventud siempre rebosa de alegría, de ímpetu vital y de ansia de disfrutar la vida
La juventud goza/ de una vida amena…/ Mañana de junio/ la juventud fresca… Dice un encantador madrigal de Shakespeare.
Desde no hace muchos años ha surgido una forma relativamente nueva de divertirse, que recibió el nombre de “botellón” que, si bien sólo significaba botella muy grande, a partir de que la Real Academia Española, atenta siempre a dar entrada a nuevos significados de palabras viejas, la incluyó en su Diccionario del año 2014, vino a significar “reunión al aire libre, ruidosa y generalmente nocturna, en que se consumen abundantemente bebidas alcohólicas”
Ajustándose a la anterior definición, grupos de jóvenes se suelen reunir en calles, plazas o lugares más discretos, para evitar ser sorprendidos por la Policía Municipal, provistos de bolsas en que guardan una serie de botellas de diversas bebidas y que previamente han comprado en algún supermercado, repartiéndose posteriormente el precio y el contenido, siempre tratando de ahorrar, pues los euros no suelen abundar y es necesario administrarlos de la mejor manera posible. La vigilancia de estas reuniones se ejerce razonablemente e incluso se flexibiliza un poco en épocas veraniegas de grandes fiestas en ciudades y pueblos, en que la alegría se generaliza. Todas las leyes tienen sus pequeñas excepciones, cuando ello no cause un daño especial.
El “botellón” ya tiene sus antecedentes próximos en lo que hace bastantes años recibió el nombre de “guateque”, que en el Diccionario de la RAE de 1942 se definía como “fiesta casera, generalmente de gente joven en que se merienda y se baila”. Ahora bien, esta última celebración pasó por varias fases: en principio eran algunos padres y madres, los que autorizaban a sus hijos a que invitasen a su casa a amigos y amigas, a fin de pasar la tarde de fiesta, preparando con tal motivo una buena sangría -con limitación prudente de alcohol- a la que se acompañaban con algunos entremeses. Posteriormente, quizá por no gustar la juventud de la vigilancia familiar, por discreta que fuese, se pasó a alquilar un local al que se aportaban bebidas y pinchos, pagados y consumidos por los asistentes. Por supuesto, que no se excluía la posibilidad de hacer el festejo en una pumarada, bucólica y atopizada, lo que permitiría en ocasiones preparar una buena “corderada”, acompañada de un buen vino.
Todo esto se transformó con el tiempo en el “botellón”.
Montaigne, el gran escritor y escéptico francés en el siglo XVI y en el Capítulo II, del Libro segundo de sus “Ensayos”, apoyándose nada menos que en Platón, dio unas reglas, al tratar de “La embriaguez”, sobre el uso del vino, acomodadas a su época, pero que no se perdería nada, si se aplicasen hoy, adaptándolas al siglo XXI:
- Se prohibía el vino a los adolescentes menores de 18 años, medida sin duda aceptable y en absoluto inquisitorial.
- No se permitiría emborracharse a nadie antes de los cuarenta años, regla que debe aclararse: en aquel tiempo la vejez se adelantaba mucho si se compara con el alargamiento de los tiempos actuales y de aquí que cuando la ancianidad se echa encima y se pierden las fuerzas, optimismo y alegría en el corazón se deba revitalizar el cuerpo, lo que en ningún caso supone que los ancianos hayan de emborracharse para vivir mejor y ello aunque, según también decía Shakespeare
La vejez diciembre/ Que los bosques pela…/ La vejez es flaca y báculo lleva…
Siglos antes el buen Arcipreste de Hita, con su maliciosa sabiduría, ya había dicho:
Es el vino muy bueno en su misma natura/ muchas bondades tiene si se bebe con mesura/ Al que demás lo bebe, sácalo de su cordura/
toda maldad del mundo hace y saca de su cordura
Pero estas diversas formas en que a través de los años se ha ido presentando el hoy llamado “botellón”, han experimentado una nueva realidad con motivo de la aparición de la pandemia Covid que nos azota, pues el hecho de haberse visto sometida nuestra juventud demasiado tiempo al “encierro”, que les impedía disfrutar a su manera de la vida, llegó un momento en que decidió practicar de nuevo su “botellón”, en este caso multitudinariamente, exigiendo que se les devuelva la libertad perdida, sin la que la vida se les hace difícil, pero, sin pensar, que tanto ayer como hoy la libertad no es “viva todo”.
Viliulfo Díaz
Abogado